1 jul 2009

PADRE - PAPA - PAPI

Daniel Samper Pizano*

¡Cómo era de bueno ser padre! Hasta hace cosa de un siglo, los hijos acataban el cuarto mandamiento como si no fuera dictamen de Dios sino reglamento de la Federación de Fútbol. Imperaban normas estrictas de educación: nadie se sentaba a la mesa antes que el padre; nadie hablaba sin permiso del padre; nadie se levantaba si el padre no se había levantado; nadie repetía almuerzo, porque el padre solía dar buena cuenta de las bandejas: por algo era el padre…
La madre ha constituido siempre el eje sentimental de la casa, pero el padre era la autoridad suprema. A él no lo rechistaba nadie. Si el padre estaba disgustado, el hijo guardaba aterrado silencio. Y si denotaba el más mínimo gesto de queja, el padre le asestaba un par de correazos, porque el padre usaba cinturón, no calzonarias de colores, como Darío Restrepo.
Si, finalmente, lo ordenaba así el padre, el hijo díscolo permanecía el fin de semana encadenado en la buhardilla. Basta con releer Corazón, aquel libro de Amicis que el padre nos mandó leer a la fuerza, para entender lo que era un padre. Cuando el padre miraba fijamente a la hija, esta abandonaba al novio, volvía a vestir falda larga y se metía de monja. A una orden suya, los hijos varones cortaban leña, alzaban bultos o se hacían matar en la guerra. — Padre: ¿quiere usted que cargue las piedras en el carro y le dé de beber al buey? ¡Qué barraquera era el padre!
Todo empezó a cambiar hace unas siete décadas, cuando el padre dejó de ser el padre y se convirtió en el papá. El mero sustantivo era una derrota. Padre es palabra sólida, rocosa; papá es apelativo para oso de felpa o perro faldero. Demasiada confiancita. Además —segunda derrota — “papá” es una invitación al infame tuteo. Con el uso de “papá” el hijo se sintió autorizado para protestar, cosa que nunca había ocurrido cuando el padre era el padre: — ¡Pero, papá, me parece el colmo que no me prestes el carro…!
A diferencia del padre, el papá era tolerante. Permitía al hijo que fumara en su presencia, en vez de arrancarle de una bofetada el cigarrillo y media jeta, como hacía el padre en circunstancias parecidas. Los hijos empezaron a llevar amigos a casa y a organizar bailoteos y bebetas, mientras papá y mamá se desvelaban y comentaban: — Bueno, tranquiliza saber que están tomándose unos traguitos en casa y no en quién-sabe-dónde.
El papá marcó un acercamiento generacional muy importante, algo que el padre desaconsejaba por completo. Los hijos empezaron a comer en la sala mirando el televisor, mientras papá y mamá lo hacían solos en la mesa. Y a coger el teléfono sin permiso, y a sustraer billetes de la cartera de papá, y a usar sus mejores camisas. La hija, a salir con pretendientes sin chaperón y a exigirle al papá que no hiciera mala cara al insoportable novio y en vez de “señor González”, como habría hecho el padre, lo llamara “Tato”.
Papá seguía siendo la autoridad de la casa, pero bastante maltrecha. Nada comparable a la figura procera del padre. Era, en fin, un tipo querido, de lavar y planchar, a quien acudir en busca de consejo o plata prestada.
Y entonces vino papi. Papi es invento reciente, de los últimos 20 o 30 años. Descendiente menguado y raquítico de padre y de papá, ya ni siquiera se le consulta o se le solicita, sino que se le notifica. — Papi, me llevo el carro, dame para gasolina…A papi lo sacan de todo.
Le ordenan que se vaya a cine con mami cuando los niños tienen fiesta y que entren en silencio por la puerta de atrás. Tiene prohibido preguntar a la nena quién es ese tipo despeinado que desayuna descalzo en la cocina. A papi le quitan todo: la tarjeta de crédito, la ropa, el turno para ducharse, la rasuradora eléctrica, el computador, las llaves...
Lo tutean, pero siempre en plan de regaño: — Tú si eres la embarrada, ¿no papi? — ¡Papi, no me vuelvas a llamar “chiquita” delante de Jonathan!
Aquel respeto que inspiraba padre, con papá se transformó en confiancita y se ha vuelto franco abuso con papi: — Oye, papi, me estás dejando acabar el whisky, marica…
No sé qué seguirá de papi hacia abajo. Supongo que la esclavitud o el destierro. Yo estoy aterrado porque, después de haber sido nieto de padre, hijo de papá y papi de hijos, mis nietas han empezado a llamarme “bebé”.

El artículo “Padre, papá, papi” fue publicado en la revista Carrusel del diario El Tiempo, el viernes 12 de Junio de 2009 y tuvo tanto éxito entre las familias colombianas, que nos atrevimos a pedirle a Daniel Samper Pizano su autorización para publicarlo en la página de Espantapájaros. Como un homenaje a la tarea de tantos padres –o bueno, papás o papis– que se esmeran en hacer su trabajo de la mejor manera posible en estos tiempos, Daniel nos prestó este texto en clave de humor, ¿o en clave de drama?... Serán los lectores quienes lo decidan. En todo caso, ¡feliz mes del padre!*Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945). Periodista, escritor y uno de los columnistas más destacados y más leídos de la prensa colombiana. Dentro de sus obras están Dejémonos de vainas (1981), Piedad con este pobre huérfano (1985), Impávido coloso (2003), Versos chuecos (2005) y Un dinosaurio en un dedal: aforismos para pensar y sonreír (2008). Sus recopilaciones de textos periodísticos, como Antología de grandes entrevistas colombianas (2002) y Antología de grandes crónicas colombianas (2003), son material obligado de estudio para los periodistas en formación.

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